Este domingo, ante el Numancia, quizás la UD Las Palmas
juega el partido más importante de la última década. Quizás más importante que
el de Anoeta, mucho más que ante el Linares. Y no lo juega sólo la UD, también usted y también lo juego yo. Lo
jugamos todos.
No ha sido fácil llegar a este momento, tuvimos en nuestra
mano el pasaje para entregarle a Caronte, nos perdimos en el Limbo, vagamos por
el desierto y anduvimos por escarpados y angostos acantilados. Nosotros sabemos
que no ha sido fácil llegar aquí. Esa camiseta, ese escudo, fueron ultrajados,
deshonrados y desprestigiados por aquellos que una vez prometieron
salvaguardarlos. Y nosotros, simples testigos maniatados, también sufrimos
aquel inmerecido castigo.
Poco a poco, con mucho esfuerzo, con el eterno sabor amargo
de quien ha saboreado las mejores mieles
y se tiene que conformar con el más largo y prolongado ayuno, hemos ido
creciendo, a pesar de algún tropiezo, hemos ido mejorando. En la última década
jamás estuvimos tan cerca de recuperar lo que era nuestro, como lo hemos
estado, y aún estamos, este año.
Sí, una vez más, ellos han tropezado, han fallado: aquel gol
cantado, aquel despeje mal dado, aquel penalti absurdo y aquel balón que de
las manos resbalado acabó entrando. Pero… yo también he fallado: en aquellas
ocasiones en las que tan sólo me fijaba en lo malo, por no valorar lo logrado,
por no salir afónico del estadio, por no dolerme las manos de aplaudirles
tanto…
Acabará la temporada y se podrá lograr el ascenso, o no. Eso
a día de hoy no lo sabemos. Lo que sí podemos hacer, técnico, jugadores, usted
y yo, es echar la mirada atrás y mirar el camino andado. Y si aún así, no se
siente satisfecho ni reconfortado, es que nada ha entendido, nada ha aprendido…
Le invito a que le de al play y recite conmigo…
En la noche que me envuelve,
negra, como
un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En
las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Ante
las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más
allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No
obstante, la amenaza de los años me halla,
y me hallará, sin temor.
Ya
no importa cuan recto haya sido el camino,
ni cuantos castigos lleve a la
espalda:
Soy
el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.
(Invictus, de William
Ernest Henley)