Ocasión perdida. Las Palmas tenía la ocasión, dado los empates de Valladolid y Sporting, de abrir brecha en la clasificación con la vista puesta en el próximo partido en Pucela. Colocarse líder en solitario hubiese sido un inmejorable refuerzo positivo para el grupo que dirige Herrera. Su tropiezo provoca un triple empate con Girona y Valladolid en la punta con el Sporting (único invicto del campeonato) acechando a sólo un punto de distancia que puede generar cierta inquietud.
Mal juego. La apuesta por el cambio táctico, un 4-2-3-1 con el doble pivote Roque Mesa - Javi Castellano y el tridente Momo - Nauzet - Guzmán fue fallida. El equipo se mostró desde los primeros compases demasiado laxo, en ocasiones excesivamente confiado, que provocó un descenso alarmante de intensidad mostrando una UD desconocida e impropia de Herrera hasta ahora. Tras el descanso, y la charla en el vestuario, la UD salió con una alta concentración e intensidad competitiva, que fue paulatinamente descendiendo, que evidenció aún más el paupérrimo nivel mostrado en los primeros 45 minutos.
La diferencia entre diligencia y premura. En la 2ª fase del partido los jugadores amarillos pusieron todo el empeño en borrar la mala imagen de la 1ª parte pero de forma atropellada. Al toque de corneta iban sumando aproximaciones al área rojilla en avalanchas descuidando las tareas ofensivas en exceso, facilitando las contras del Mirandés. Con poco criterio, y menos acierto, los urgencias locales provocaron un caos ofensivo que no fue productivo. El propio Herrera reconoció en la rueda de prensa que esto fue una de las razones del mal juego de su equipo.
Valiente Mirandés. Sorprendió la propuesta del equipo de Terrazas. A pesar de la diferencia cualitativa y cuantitativa en la clasificación, propuso un partido de choque pero noble, de fricción pero con gallardía. Fuertes atrás, tácticamente sobrios y eficientes, realizaban ataques muy verticales con poca elaboración que generaron bastantes apuros con claras ocasiones de gol aprovechándose de la baja tensión competitiva de los jugadores de Herrera durante muchos minutos.
Poca producción ofensiva. Producción entendida como generar claras ocasiones y de calidad con verdadera posibilidad de gol, no la acumulación de oleadas deslavazadas de ataques inconexos y desnortados que generan mucho ruido pero pocas nueces. El descontento de Herrera con el rendimiento del tridente fue evidente cuando tanto Momo como Guzmán y Nauzet fueron cambiados sucesivamente por Valerón, Asdrúbal y Héctor Figueroa.
Nauzet Alemán. Al jugador de Las Mesas se le odia o se le ama, no hay término medio con él. Al igual que su fútbol es capaz de dinamitar un partido con su carácter y su calidad, que hace mucho tiempo que no saca a pasear, como capaz de realizar el partido más nefasto y que en ocasiones acompaña de salidas de tono. Nunca se pone en entredicho su compromiso con el equipo, pero sí es evidente que un sector mayoritario de la grada le exige mucho más de lo que está dando y que, a pesar de su autocrítica, no logra dar lo que el respetable le pide. A pesar de ello, para Herrera es un fijo indiscutible.
Araujo, la isla solitaria. En los primeros 6 jornadas el argentino marcó 7 goles, pero en las siguientes seis tan sólo ha anotado 2 tantos. Esto ha provocado que en ocasiones el equipo se resienta que su mejor pistolero no se luzca. El talento argento no ha descendido en su aportación, generoso en el esfuerzo y siempre activo buscando el arco, ha sido perjudicado con la pérdida de verticalidad y velocidad que ha sufrido el equipo. Una UD más pétrea en lo defensivo pero más estática ofensivamente que ha perjudicado al delantero. Un Araujo más arropado y más asistido sería lo idóneo para para explotar sus cualidades.
Culio, ausencia notable. Llegó el último, pero su participación ha sido capital. La ausencia del gaucho se notó en demasía, con su presencia en el campo cuesta creer que la laxitud de la primera parte y la poca intensidad mostrada por el equipo se hubiera dado. Su fuerte carácter, su arrojo y su capacidad para darlo todo en los noventas minutos no sólo contagia a sus compañeros sino que marca el mínimo exigible para todos los demás.