Corría el año 76, primera
temporada tras la muerte de Franco. A mediados de octubre un Valencia líder
visitaba a la Unión Deportiva de Carnevalli, Wolf, Germán, Castellano,
Brindissi, y por supuesto de Morete, uno de los dos protagonistas de esta
pequeña historia. El otro, fue la
persona que inculcó este sentimiento a un servidor, un humilde tendero de la
calle Montevideo. Un hombre que siempre tenía la sonrisa puesta, junto a su
gorra y su bufanda amarilla. El mismo señor, que años más tarde, convertido ya
en abuelo, llevaba a su nieto de la mano al Insular mientras le narraba con ojos vidriosos la historia de Guedes y Tonono. Todavía guardo con devoción
el carnet de socio numerario que me sacó cuando tenía la tierna edad de tres
años.
Aquel sábado 17 de octubre, el
Valencia no sólo llegaba primero a la isla, también lo hacía con la condición de
invicto. Su entrenador era Heriberto Herrera, que el año anterior había
dirigido al cuadro amarillo. En el otro banquillo se sentaba el mítico Roque Olsen, y su equipo había salido a jugar el primer tiempo con muchas precauciones, debido
a la envergadura de un rival que contaba en sus filas con un tal Mario Kempes.
La Unión Deportiva no conseguía desenmarañar el entramado defensivo que Herrrera
había armado encima de Germán, Félix y Brindissi. Por si fuera poco, el
Valencia se puso por delante en el marcador con un gol de Diarte a la media
hora de partido. Este tanto sembró el desconcierto en la zaga amarilla, pero el
Valencia no conseguía finiquitar el partido, gracias en
parte a que el colegiado anuló un controvertido gol ché justo antes del descanso.
Sin embargo, el segundo tiempo
fue otro cantar. Con el marcador en contra, Olsen decidió arriesgar y apretar
desde más arriba, adelantando la ubicación en el campo de los tres pilares
fundamentales de aquella Unión Deportiva: Wolf, Brindissi y Germán. El arrojo y
la casta que demostraron los locales después del descanso obtuvo sus frutos a
la hora de partido, cuando un remate de Brindissi en el área es despejado por el meta valencianista Balaguer. El rechace fue a parar a Juani, el cuál batió
al cancerbero con un disparo cruzado y por raso. Diez minutos después del
empate amarillo, Morete interceptó un pase del portero visitante a uno de sus
defensores, el delantero argentino decidió irse por la derecha cuando fue derribado
por Balaguer. El colegiado no dudó en pitar la pena máxima, llenando la grada
de expectación. Por primera vez en la temporada, El Maestro no acudía al punto de penalti, por donde rondaban Wolf,
Brindissi y Morete, para ser finalmente este último quien se dispusiera a
lanzarlo, a pesar de no ser un habitual en esas labores.
Mientras, la grada de nuestro anhelado
Estadio Insular estaba vestida de gala. Entre tantos fieles se encontraba Ambrosio
Cáceres, diez años antes de ser abuelo por primera vez. Como cada dos semanas
había recorrido los 950 metros que separaban su domicilio de
su otra casa para ir a animar al equipo que había visto nacer. Al ver que Morete,
una de sus debilidades, transformaba el penalti que a la postre le dio el
triunfo al conjunto amarillo, saltó al campo con su sempiterna sonrisa y fue
directo hacia el nueve amarillo. Ambos se fundieron en un abrazo que quedaría
inmortalizado por los fotógrafos de la época. A los pocos días, el ariete y Brindissi llevaron la instantánea firmada a la tienda de la calle Montevideo con Tomás Miller, gracias a un cliente y vecino de nuestro protagonista, el lateral amarillo Martín Marrero. Eran otros tiempos, en los que los comercios no tenían nombre de multinacional sino de persona, y los aficionados saltaban al campo cuando
el balón no estaba en juego, con el único objetivo de abrazar a sus
ídolos. Festejando junto a ellos sus logros sin impedir que los consiguieran.
Imagen de portada: La Provincia/Diario
de Las Palmas. Foto: Hernández Gil.