Tras varias semanas de entrenamientos, con parones de selección incluidos, la UD empezaba a volver a la vida tratando de llevar a cabo la nueva metodología: los dueños del balón, los protagonistas, debían ser los amarillos y en el centro del campo Vicente y Roque empezaban a sincronizar sus relojes biológicos. En la aplicación de la nueva doctrina el objetivo era no rifar la bola, tenerla siempre, dando pases hacia la línea defensiva cuantas veces fuera necesario, y volver a iniciar la jugada, pero no perder la posesión. Y esto en el Estadio, donde cada uno lleva un entrenador en su interior, no siempre se entendía, a veces, un pase de más se convertía en una losa o un quiebro innecesario propiciaba un mal pase y provocaba, a su vez, un contraataque del rival e incluso hubo partidos donde apenas se tiró a puerta, en los que fuimos demasiado horizontales, no respetando la sabiduría popular que dice “si no se tira, no se mete”, pero era parte del aprendizaje, era el peaje necesario porque cada partido era una lección y este año, que rozamos con la yema de los dedos la semifinal de Copa, partidos ha habido por un tubo. Lo cual sirvió para ilusionarnos, para cimentar una idea y para mover la plantilla.
Hubo días donde daba la sensación de que los jugadores estaban demasiado encorsetados al estilo de Setién y las salidas de balón no eran limpias. Especialmente se vio en Copa contra el Valencia y en Vallecas en Liga. Los cardiólogos privados esos días se frotaban las manos mientras se mordían las uñas. Jamás, parecía una orden y no una sugerencia –aunque es lógico pensar que no fuera del todo así- se daba un pelotazo.
Se alternaban
partidos excelentes como en Mestalla en Liga, con exhibición de
Tana, Viera y Roque con derrotas dolorosas y consecutivas contra el
Deportivo y Sporting de Gijón las semanas siguientes. La idea estaba
fermentándose lentamente. Día a día; entrenamiento a
entrenamiento; consejo a consejo, en Gijón, por ejemplo, un buen
encuentro salió cruz cuando Aythami fue expulsado por doble amarilla
al verse obligado a parar a Sanabria, tras un mal pase de Culio. El
cómo llevar a cabo el método prevalecía, arriesgando casi siempre y cuyas
consecuencias iban siendo inoculadas sobre la marcha, con puntos
de por medio, sufriendo.
El día del Betis,
con gol salvador de Willian José en los últimos instantes, supuso
un antes y un después para el brasileño, que, tras jugar de titular
en el Bernabéu, no había vuelto a contar con muchos minutos en Liga
y ahí lo aprovechó marcando un gol que supuso un subidón de
autoestima que aún dura. Aquel día se realizó un gran partido con
múltiples ocasiones que iban camino de no obtener premio hasta la
aparición del de Porto Calvo.
En el encuentro
siguiente Quique Setién dio un golpe en la mesa y volvió a mostrar
su personalidad. Dejó fuera a Jonathan Viera por un acto de
indisciplina en un entrenamiento previo. El bien del equipo por
delante. Otra vez. Sin casarse con nadie. Ni Viera, ni Viero. Con
nadie. Aquel día el equipo notó mucho en falta al genio de La
Feria, pero el entrenador dejó claras las cosas.
Los partidos contra
Granada y contra Athletic de Bilbao en ese campo que es envidia del
mundo, el nuevo San Mamés, fueron un escándalo. Excelentes
encuentros. Vicente –Roque y Tana ya eran futuribles para la
Selección
de Sincronizada Setieniana,
perfectos en colocación, anticipación y agilidad mental, en puestos
claves para el juego que se busca.
Pero
volvió a ocurrir. La idea innegociable volvió a ser cuestionada.
Los resultados le hacían un quiebro al método y aparecieron las
dudas. Tras perder con Atlético de Madrid, Levante y Rayo, Quique
Setién realizó las matizaciones en el estilo que han dado la clave
de esta reacción última: colocó a Jonathan Viera en el centro,
junto a Tana, con Vicente ya caído en Copa, y Roque como único
pivote. Con Wakaso en la banda izquierda, hasta su lesión, con Momo
(interior en el último partido por Tana) y un Nili estelar en
Villarreal por la derecha y el equipo empezó a combinar por el
centro, a encontrarse y a bailar. Quizás fuera la lesión de Vicente
la que propiciase el cambio de Viera; quizás estaba en la cabeza del
entrenador. El caso es que se encontró un remedio agitando la
coctelera. Además, como consecuencia de otras lesiones (Dani
Castellano y David Simón) la UD ha contado en esta racha última con
dos laterales menos ofensivos (David García y Javier Garrido), pero que se están mostrando muy
sobrios y seguros atrás, y que dan algún que otro pelotazo como
recurso y no como opción, buscando a un Willian que ha encontrado su
lugar. Así, sin tantas subidas, con Roque solo de pivote, el equipo
ha estado más arropadito y ha coincidido con una racha inaudita de
tres partidos seguidos sin encajar gol. Tras las dos derrotas en
Sevilla y con el Barcelona en casa, el estilo, con los nuevos matices
ha empezado a dar frutos, a dar puntos.
Ha sido, por tanto, un trabajo de maceración de una idea, a fuego lento, dejándola asentarse, dándole cariño y matizándola levemente, pero en base a lo aprendido y, además, contando como dijo Setién en rueda de prensa tras ganar en El Madrigal “con una cuota de suerte necesaria para ganar a estos equipos; la jugada de Soldado, por ejemplo, en la primera parte que ha salido fuera por unos centímetros y en otras ocasiones, cuando estás con una mala racha, esos balones acaban entrando”.
Ojalá siga la racha. La idea, el método, con seguridad, permanecerá innegociable.